domingo, 19 de abril de 2009

Aprendiendo a ser mamá


Lunes 13 de abril. La decisión estaba tomada. Cuatro pseudo-preñeces, algunas dudas, miedos y cálculos presupuestarios después, mi roommate y yo finalmente optamos por la sugerencia que la veterinaria hace meses nos había dado: Una OVH para Cuchi, nuestro poodle que no deja de lamerse…

La operación -cuyo nombre completo es ovariohisterectomía- consiste en la extirpación de los ovarios, útero y todo el órgano reproductor interno de “Pelos” (así también la llamo a veces), para lo cual habría que sedarla, dormirla, abrirla, cortarla por dentro y volver a cerrarla, todo un combo para el que yo, como madre novata, no estaba preparada. Sin embargo, los riesgos de no efectuar la cirugía eran más grandes que realizarla: un posible cáncer a largo plazo, inflamación de las mamas, más generación de hormonas por los embarazos psicológicos. Entonces me dije: no hay de otra, alla vamos!.

La semana fue tensa y no podía evitar mirar con cierta pena la zona por la que yo sabía que desfilaría el afilado bisturí del veterinario. La besaba y ella, inocentemente me devolvía el gesto con una pueril lamida… “Inocente de ti, pelos”, pensaba yo, mientras la abrazaba sin muchas ganas de aflojarla. Tuve pesadillas y mi roomate estuvo allí para acallar mis temores; claro, sin nunca dejar de lado su practicidad realista con la que no logro identificarme.

Viernes, llegó el día. Ese fue una jornada ordinaria de trabajo en el que estuve más tensa que cualquier otra… Salí temprano y me fui a casa a intentar dormir un par de horas antes de la cirugía, pues yo sabía que esa sería una noche muuuy larga…

Ingenua, Pelos escuchó la correa y saltó de la emoción por salir a dar un paseo. Pobre! Ni sabía lo que le esperaba al final de la ruta. Mi madre y yo tomamos un camino inusual para que el animal no se de cuenta de hacia donde se dirigían nuestros pasos. 

Al llegar su expresión cambió. Sus profundos ojos vivarachos tenían ahora un signo de interrogación: “¿Por qué venimos al vete mami, si no estoy enferma?” parecían decir…

Lo que vino después fue una pesadilla para la pobre caniche… El simple hecho de pisar la veterinaria ya la estresa demasiado. Subirla a la mesa de revisiones es un escándalo, pues patalea y tiembla como si alguien intentara masacrarla. Pobre de la persona que esté junto a ella en ese momento, porque por la desesperación por saltar araña la espalda y el pecho. El viernes no fue la excepción a este comportamiento…

 

Se le aplicó un sedante para que se calme un poco y yo, médico frustrada, ayude en lo que pude al momento de colocar el suero en su patita y luego al momento de anestesiarla, el momento más impactante para mí…

Sus ojos, siempre brillantes y su lengua siempre activa, poco a poco fueron quedando en pausa. De pronto dio un último parpadeo en el que las fuerzas no le alcanzaron para lograr cerrar sus ojos, que a causa del químico lucían sólidos y mate, como los de los peluches de felpa baratos. Tampoco logró lamerse los labios por última vez y su lengua quedó colgada a un costado.

“Es hora de salir, señora”, me dijo un enfermero, mientras los otros auxiliares amarraban a Cuchi de cada pata, en las cuatro esquinas de la mesa para que quede en posición cubito frontal, de tal forma que puedan operar con tranquilidad.

La lectura a lo largo de la semana de artículos médicos, blogs y foros acerca de la operación, los chistes irreverentes de mi roommate y haber estado con ella hasta lo último de su consciencia me dieron la tranquilidad que necesitaba para poder aprender de la experiencia.

La veterinaria cuenta con un circuito cerrado de televisión, por lo que pude ver casi toda la cirugía. Admito que era un poco chocante ver a mi hija tendida, con su cabeza colgada, sus ojos abiertos y abierta de patas en la mesa de operación, pero también encontré interesante conocer cada paso de la cirugía, así que pregunté lo más que pude y seguí mirando. 

Casi una hora después sale un enfermero y me dice, “mire, este es el útero de su hija”. Y entonces vi parte de las entrañas de Cuchi: un conducto mínimo, como una pequeña tripa, que terminaba en una bolsita. “ese es el útero”, dijo el hombre. Arriba y abajo, dos pequeñas bolitas, que me explicaron luego que se trataba de los ovarios. No es para nada, como aquellos dibujos de los libros de anatomía… Estúpidamente, así me lo imagine…

Cuando la carnicería terminó, la niña aun estaba inconsciente en la mesa, con tremenda cicatriz de seis puntos en su pancita y con el suero aún conectado en su patita izquierda…

Mis dos buenos amigos, Shirlette y Señor H, me acompañaron durante la noche, en la que debía cuidar su pata y su herida y ponerle pañal. Mi compañero y yo nos amanecimos de largo cuidando a nuestra hija… Al salir el sol, logré dormir un poco para continuar con los cuidados, pero eso es parte de otro post…